8 de marzo, el día en que mi papá habría cumplido años, salí a correr en su honor. Como muchos saben, él falleció el 1 de febrero, y esta fue una forma especial de recordarlo. Nunca antes había corrido Sol y Arena, pero me pareció un lindo simbolismo hacerlo justo en su cumpleaños.
Le comenté a mi amiga Grace, de Runners Club CR, y sin dudarlo, me regaló una inscripción (¡ventajas de tener amigas así!). Me acompañaron mi esposita Ka y mi hija Lunita, quien era los ojos de mi papá. También estuvieron con nosotros unas amigas que son como mi familia, haciendo que el momento fuera aún más especial.
Sol y Arena es un evento con mucha trayectoria en Costa Rica. Este año participaron 2,400 corredores, y como su nombre lo dice, toda la carrera se corre sobre la arena en Puntarenas. Es un reto durísimo; paré muchas veces, pero no quería forzarme demasiado. Más que competir, corrí pensando en mi papá y en la bendición de poder hacer deporte.
Él siempre nos inculcó el amor por el ejercicio. Yo era más de baloncesto, pero antes de la pandemia me empezó a picar el gusanito del running. A veces me daba vergüenza ver que mi papá era maratonista y yo no hacía nada en ese sentido.
La llegada a la meta fue dura. Correr sobre arena te mata las piernas, pero cuando vi a Ka y Lunita esperándome, y recordé que todo esto era por mi papá, el golpe emocional fue muy fuerte. Su ausencia sigue doliendo mucho, pero quiero seguir su legado: correr, organizar eventos deportivos y regalarle a la gente esos momentos especiales en familia, entre amigos y, sobre todo, llenos de gratitud con Dios.